lunes, 2 de marzo de 2009

A solas con Kind of Blue


Una tarde de un lunes 2 de marzo, como hoy, pero de hace medio siglo (¡cuando mi padre tenía tan sólo diez años!) siete de los mejores músicos de la historia del jazz comenzaron a grabar, en un estudio instalado en una vieja iglesia de la calle 30 de Nueva York, lo que, hoy, y desde el día en que lo escuché por primera vez, es uno de mis cinco discos favoritos de jazz. Por entonces, hacía ya cuatro años que “Dios” (esto es, Charlie Parker) había muerto.

En realidad no fue hasta 2004 o 2005, no estoy seguro, cuando escuché “Kind of Blue” por primera vez, gracias a que un amigo melómano (al que había conocido pocos años antes en el Populart) me regaló una copia (pirata –el cd, no mi amigo-) que él mismo me había grabado (¡gracias Dani!). Me dijo algo así como que “debía escuchar” ese disco, que era una joya. De hecho, se sorprendió bastante al comprobar que yo ni siquiera lo conocía, a pesar de mi pasión por el jazz. Ya se sabe, todos tenemos “lagunas” de conocimiento imperdonables, aunque inevitables también: no se puede conocer todo. Es paradójico, pues dos de sus temas más célebres, “So What” y “All Blues” sí que los conocía desde hacía bastante tiempo por haberlos escuchado y disfrutado en un fantástico disco titulado “Tribute to Miles” de un “cd” que tenía mi antiguo profesor de jazz (Antonio Mesa; un monstruo y un auténtico pionero del jazz flamenco, aunque pocos lo saben, junto con Chano Domínguez), y que me había grabado en “casete”. Así que dos de los temas más simbólicos de la carrera de Miles Davis los escuché por primera vez a través de la trompeta de Wallace Roney (no en vano, éste es “uno de los trompetistas contemporáneos con estilo más parecido al de Miles Davis”).

Al poco tiempo de tener “mi disco pirata” de “Kind of Blue” me compré el cd original (la reedición masterizada de 1997), y a partir de entonces dediqué aún más tiempo a escucharlo con toda mi más profunda atención. Cuanto más lo escuchaba, más me atrapaba. Especialmente lo escuché durante mucho tiempo por la noche, mientras trabajaba frente al ordenador en algún capítulo de mi tesis doctoral (no hay nada que me ayude más a concentrarme que buen “cool jazz”).

Hay muchas razones por las que “Kind of blue” puede defenderse como uno de los (10, 5, 3?) mejores discos de la historia del jazz, pero, desde luego, para mí, dos de ellas son primordiales: la primera de todas, el elenco de músicos virtuosos del disco, “criados” todos ellos con el bebop de Charlie Parker y Dizzy Gillespie como alimento imprescindible de cada día; la segunda razón es el concepto musical del disco, que, a mi juicio, viene definido, a su vez, por, al menos, tres hechos concretos: a) todos los temas se grabaron habiendo sido interpretados de forma completa una única vez, sin partituras (sólo borradores de acordes) ni ensayos previos (a excepción de “Flamenco Sketches”, tema del que, por una confusión de error técnico, se grabaron dos tomas), lo que, con músicos de esta talla, supuso un acicate para maximizar su capacidad de improvisación, traduciéndose en solos “comedidos” y en cierto modo “minimalistas”, al tiempo que estéticamente “brillantes”; b) el tempo pausado y relajante de la obra, que define al “cool jazz” (estilo fácil de escuchar, iniciado, fundamentalmente, por Miles Davis junto a Gerry Mulligan, y cultivado también por Chet Baker), con aire romántico y melancólico (“blue”); y c) la armonía “modal” en la que se basan los temas, algo que resulta complejo de dominar para un músico pero que, en realidad, abre sus posibilidades interpretativas y estimula el desarrollo de la melodía, pues le libera de la rigidez de la secuencia de acordes y progresiones armónicas, y que transmite una sensación de trance (en los sesenta, “The Doors” hacía algo parecido en sus solos, reconociendo su teclista, Ray Manzarek, el haber obtenido gran inspiración en “Kind of Blue”). Sin duda el carácter melancólico y modal del disco se debe, en gran medida, al papel de Bill Evans. A nivel de interpretación, “Kind of Blue” es cosa de 7 músicos excepcionales, pero, a nivel de composición, “Kind of Blue” es cosa de dos: Davis y Evans, aunque los créditos hayan quedado sólo para el primero.

“Kind of Blue” es, para mí, un disco “clave” en la historia de la música contemporánea en general, y del jazz, en particular. No obstante, para mí, “la créme de la créme” dentro de “Kind of Blue”, el punto álgido de esta obra, es “Flamenco Sketches” (el tercer tema que se grabó aquel lunes por la tarde), y, principalmente, “la primera toma” completa que se hizo de este tema (aparece en la edición de cd como “Alternate Take”), no la segunda toma, que es la que apareció originalmente en el disco de 1959. Su belleza es sencillamente sublime. Su estructura modal se basa en cinco escalas modales o modos, que, como ha dicho Ashley Kahn, “van de lo conocido y agradable (jónico) a los que crean más tensión (mixolidio) o exotismo (frigio)”: Do jónico, La bemol mixolidio, Si bemol eolio, Re frigio, y Sol eolio. No tiene nada de “Flamenco” propiamente, aunque sí se podría encontrar un cierto aire de “martinete” o de “saeta”.El calificativo de “Flamenco” debía constituir para Miles Davis una manera de hacer referencia a la música “exótica” española a la que le parecía que se asemejaba este tema. No tengo ningún espíritu chovinista, pero me resulta curioso pensar que la música de origen español haya estado presente en el jazz desde sus orígenes a principios del siglo XX en Nueva Orleans, y también en un disco como “Kind of blue”, con el que prácticamente se cerraba la primera etapa modernista y liberalizadora del jazz. Menudo broche de oro.


Para saber más: Especial 50 ANIVERSARIO DE KIND OF BLUE en Tomajazz


lunes, 26 de enero de 2009

Un violinista en el metro




Tomado de El Club de la Efectividad


Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. Durante el mismo tiempo, se calcula que pasaron por esa estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos.

Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.

Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.

Al gunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino.

Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.

En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo si len cio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos, ni reconocimientos.

Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell colmó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.

Esta es una historia real. La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente, ¿percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?

Una de las conclusiones de esta experiencia, podría ser la siguiente: Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar al mejor músico interpretar la mejor música ¿ qué otras cosas nos estaremos perdiendo ?